martes, 6 de septiembre de 2011

Llegando al delta del río Colorado


Después del receso que pasó este blog, primero motivado por la conmemoración del nacimiento de Kino y después por asuntos internos del periódicos en donde publico este blog, reanudo ahora mi crónica:

Y así regresó Kino de su viaje de finales de 1701 cuando llegó al río Colorado, lo cruzó y entró a California. Volvía a Dolores con planes y proyectos a futuro.  A Roma le escribió al Superior Tirso González, anunciándole una empresa que aún hoy no ha logrado fructificar: “En breve, con el favor del cielo, pasaremos ganados por tierra y tendremos estancias en la misma California,” aunque los nombres, como siempre, son trascendentales, y Kino adoptó unos que resultaron ser pegajosos: “…somos de parecer que esta California, cercana al nuevo paso por tierra, y recién descubierta, se podrá llamar la California Alta, como la antecedente, adonde están los tres padres ya de asiento, se podrá llamar la California Baja.”

Aunque tampoco California era su meta final, ya que “ con el favor del cielo, como vuestra Reverencia y su Majestad Don Phelipe V (que Dios guarde), nos den operarios y misioneros, todo con el tiempo se ha de andar, hasta llegar, quizás, hasta la gran China y hasta cerca del Japón … y quizás, al norte de estas nuestras tierras, podremos hallar camino más breve para Europa; parte, por estas nuevas tierras y parte por la Mar del Norte…” Es decir, era, el suyo, un proyecto global: convertir a la Pimería Alta en puente entre Europa y Asia.

Para convencer a los aún incrédulos, organizó otra expedición más para, ahora sí, llegar hasta el delta del Colorado. Manje fue invitado aunque una rebelión indígena le impidió asistir, y el Padre Manuel González, contemporáneo de Kino, nacido en San Luis Potosí  y misionero en Oposura (Moctezuma), llegó a Dolores el día último de enero de 1702. Tal vez recordaran ambos misioneros en conversaciones nostálgicas nocturnales aquel lejano 1687, cuando Kino llegó a Sonora y fue precisamente González quien lo acompañó a Dolores a inaugurar su labor apostólica en la Pimería Alta. Tal vez hablaran del absurdo de la región que les esperaba: el desierto con sus arenales y ausencia de agua, y el cauce del Colorado con lo opuesto, arenales y abundancia del líquido vital.




El 5 de febrero partían en esta expedición al Oeste. La ruta fue la recién inaugurada por Kino: remontando sierras en vez de seguir ríos, dificultando el caminar para acortar distancias: Dolores, Remedios y de allí al poniente; pasaron por Cíbuta en donde había “más de mil reses y siete manadas de yeguas de las nuevas conversiones” y, poco más adelante, por Santa Bárbara, no la del río Santa Cruz sino otra hoy perdida aunque posiblemente ubicada en o cerca del actual Arizona al suroeste de Nogales, donde Kino inició otro rancho ganadero. Luego por Búsani y Sonoita y se adentraron al desierto hasta llegar al río Colorado en jornadas agotadoras.

Siguieron su ribera, aguas abajo, y conforme se aproximaban al delta, el camino se tornaba más difícil porque las lluvias recientes llenaban todo de fangales. El 7 de marzo “bajó al mismo desemboque y a la mar, rumbo del poniente, el Padre Rector Manuel González; y yo … bajé a la tarde…” aunque surgió otro problema. González enfermaba más conforme avanzaba y decidieron regresar a una ranchería indígena, San Casimiro. Pero la curiosidad fue demasiada y nuevamente se prepararon a intentar cruzar el río y llegar juntos a la desembocadura, y otra vez lo impidió la salud del Padre González. Finalmente, el día 11, llegaron a un lugar desde donde, al amanecer, “Y de más a más, veíamos patentísimamente más de treinta leguas (120 Km) de tierra continuada al sur y otras tantas al poniente y otras tantas al norte, sin la menor señal de mar alguna más que las que nos quedaba al oriente…”

Y después iniciaron el retorno. Un regreso que intentaba volver en línea recta a Dolores. Caminaron unas 18 leguas (cerca de 80 Km) por “penosísimos médanos de arena y con un continuado, vehemente y molestísimo aire” rumbo a un oasis mencionado por los indígenas, aunque no tuvieron suerte y “pasando una muy trabajosa noche, nos vimos obligados con muchas más penalidades a devolver el día siguiente 13 de marzo a San Casimiro.” Así que la única ruta que les quedaba era el camino tradicional por el que habían llegado, siguiendo el Gila. González empezó a alucinar y tuvo que ser llevado en camilla hasta Tubutama, en donde Kino lo dejó al cuidado del Padre Ignacio Iturmendi, aunque falleció días después. 

Hoy, los restos de ambos misioneros, González e Iturmendi, acompañan a los de Kino en la cripta de Magdalena. Tal vez algún viajero curioso se preguntará de quién son esos otros huesos. La respuesta, contundente aunque sencilla a la vez es que ese trío de, hoy esqueletos, formó la ideología de nuestra región.

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