domingo, 21 de agosto de 2011

Kino pasa por Nogales hacia el Colorado

Después del viaje que realizaron Eusebio Francisco Kino, Juan María Salvatierra y Juan Matheo Manje en la primavera de 1701 buscando probar la peninsularidad californiana, todos acordaron que nuevamente realizarían otro más, a finales de ese año, para reafirmar lo descubierto. Sin embargo, varios sucesos vinieron a frustrar esos deseos. A última hora Salvatierra no pudo acudir, y en Sonora hubo un cambio de gobierno militar: el Gral. Domingo Jironza Petriz de Cruzat, tío de Manje, fue reemplazado por Jacinto de Fuensaldaña, quien tenía otras prioridades y no aportó la escolta militar que Jironza había prometido.

Ruta del viaje (Puedes hacer click en la imagen para verla más grande)
Así fue cómo, al terminar el calor veraniego habitual, el 3 de noviembre de ese 1701 partía Kino en otra expedición más en la que lo acompañaba un español además de numerosos indígenas. La ruta que siguió en esta ocasión fue diferente a las anteriores: pasó por Remedios y entró a la cuenca del Río Santa Cruz; pasó por San Lázaro y llegó hasta Guevavi, donde actualmente se encuentra la planta de tratamiento de aguas residuales cerca de Río Rico, Arizona. Allí cambió su ruta: dirigió en seguida sus pasos rumbo al sur y, siguiendo el Arroyo que hoy se llama Los Nogales en honor a los árboles que alguna vez crecieron en su cauce, pasó bajo el acantilado que actualmente, además de marcar en la cañada una línea fronteriza que entonces no existía, sirve también de eterno monumento a la historia geológica de nuestro municipio.

Obviamente, en aquel entonces no existía nuestra ciudad, aunque alguno de los lugares mencionados en los libros de registros misionales de la región indudablemente estuvo ubicado dentro de nuestra población; entre ellos cabría mencionar a Cuchutaqui, Sicurisutá, Tchoamuqui o Vaicat, además de otros más.

De cualquier manera, Kino no dejó una sola palabra de su paso por el Arroyo donde hoy se asienta esta ciudad. La siguiente mención del misionero es su arribo a Síboda, actual Cíbuta, corrupción hispana del locativo pima “Síboidac,” en la que encontramos la raíz pima “oidac” o milpa, donde había establecido un rancho ganadero. Después de descansar a la sombra de la sierra del mismo nombre, continuó su camino, remontándola, para después hacer lo mismo con la siguiente, paralela a ésta, la Sierra de Guacomea, hasta que llegó al Búsani (“booshan” o valle) y de allí en adelante se adentró al desierto de Sonora hasta que llegó al siguiente oasis, Sonoita (“shon” debajo de y “oidac” milpa), el 12 de noviembre.

De Sonoita, atravesando la región más inhóspita del desierto de Sonora, se dirigió hacia el Noroeste hasta llegar al río Gila, y luego siguió por su cauce río abajo hasta su confluencia con el río Colorado. Pero dejemos que el misionero nos describa este tramo de su viaje:  “…y habiendo pasado a caballo el único paso que el Río Grande [el Gila] tenía en aquellos contornos, con la comitiva de más de doscientos yumas y pimas … al anochecer llegamos con bien a San Dionisio…” Era la confluencia de los ríos Gila y Colorado, aunque su meta no era esa, así que cruzó nuevamente el Gila y siguió por la margen oriente del Colorado rumbo al Sur, por un: “…camino que hasta ahora nunca habíamos andado o entrado…”

Su diario de este tramo del viaje nos refleja la alegría que debió de sentir, ya que en uno de los escasos párrafos en que deja aflorar el sentimiento, nos describe un entretenimiento que aún hoy es tradicional en Sonora: “Con lo cual ensilló un caballo un vaquero de Nuestra Señora de los Dolores, y salieron siete u ocho de los más ligeros corredores quíquimas, y aunque el dicho vaquero al principio, de propósito, los dejó ganar alguna delantera y se holgaban ya mucho de ella, luego, después, los dejó muy atrás y muy espantados.”


 Pero la aventura no terminaría allí. Un día después decidió cruzar el río Colorado y nos habla de una corita (canasta) del tamaño de las que tejen hoy los indios Seri: “Y porque no me mojara los pies, admití la corita grande en que me querían pasar, y poniéndola y fijándola sobre la balsa, me senté en ella y pasé en ella muy descansadamente y muy gustoso, sin el menor riesgo,” aunque es probable que no haya dormido esa noche, ya que lo recibieron en la banda opuesta del Colorado con “bailes y fiestas a su modo de ellos.”

Un día después se adentró a California, encontrando “pequeñas pero muy continuadas rancherías [y] una campiña de muy fertilísimas tierras, de hermosísimas milpas … con muchos maíces, frijolares y calabazales…” y hasta allí decidió llegar en esa ocasión, ya que el elusivo delta del río Colorado se encontraba aún más al Sur y él debía regresar a Dolores.

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