lunes, 11 de julio de 2011

Otra expedición al Desierto de Sonora

Después del regreso de Kino de su viaje de febrero y marzo de 1699 al río Gila, cuando habían llegado hasta cerca de la confluencia con el Colorado, el nuevo Visitador de las misiones Jesuitas, Antonio Leal, le pidió a Kino que escribiera un libro acerca de su labor en la Pimería Alta. Así, nuestro misionero inició su clásica obra, Favores Celestiales, y para mostrarle los logros misionales, le propuso a Leal que lo acompañara en otra expedición, oferta que recibió éste de muy buena gana.

Juan Matheo Manje, un personaje casi desconocido de  nuestra historia, nos informa que hubo otras razones por las que se decidió hacer esta nueva entrada.  Haciendo gala de sus conocimientos “…en la catóptrica o especularía…”, nos describe cómo los enemigos de Kino habían iniciado otra campaña, tergiversando los logros y convirtiéndolos en una sucesión de fallas, en un espejismo, en algo parecido a lo que sucede con un proyector de transparencias que: “…mediante unas pequeñas vitelas de miniatura imperceptible a la vista, con una candela y vidrios graduados en una linterna, reflejando en grandes imágenes, adornan toda una sala de ricos cuadros de finísimos colores y pintura, sin ser más que las toscas paredes de la sala…” El espacio no me alcanza para describir extensamente la fuente de estos conocimientos del explorador aragonés, aunque puedo agregar que asociaría los proyectores de transparencias que había visto en su infancia en la lejana Huesca con lo quimérico de los embustes de los enemigos.

Así, se reunieron con Kino el Padre Leal, a quien acompañaba el Padre Francisco Gonzalvo, incorporándoseles también Manje y los soldados Antonio Ortiz y Diego Rodríguez, 60 cabalgaduras y el equipo necesario para la expedición, y partieron el 24 de octubre de Dolores. Intentaban llegar hasta la confluencia del Gila con el Colorado, que Manje había atisbado desde la expedición de marzo. Pasaron por Remedios, por Cocóspera y San Lázaro, donde “antiguamente, tubo en este puesto Juan Martín Bernal, español, una estancia de ganado vacuno y cavalladas de más de 6 mill cavesas…” para seguir ahora río arriba del Santa Cruz. Dejaron a un lado un poblado hoy desaparecido, Quiquibórica, donde hoy únicamente una gran cruz de cemento define el lugar, y llegaron a dormir a San Luis Bacoancos, actual Centauro de la Frontera. Continuando por el río, cruzaron un punto invisible que marca una frontera internacional que entonces no existía, y dejaron atrás a Guevavi , Tumacácori, y el día 29 llegaban a San Javier del Bac.



Estando allí, Manje describe un incidente que merece ser repetido: él, los soldados y el padre Leal subieron el cerrito ubicado a un lado de San Javier y encontraron en su cima: “…una trinchera de pared de piedra, con una plaza en medio, en cuyo centro estaba una piedra blanca, como pira o pilón de azúcar, de media vara en alto, y clavada en el suelo; y conjeturando si sería algún ídolo en que idolatraban los indios gentiles, forcejeando, arrancamos la piedra que estaba, una tercia, clavada; y quedó hecho un hoyo redondo sin que, aquel entonces, apercibiésemos ni conociésemos nada; hasta que bajando, luego, del cerro y, antes de llegar a la ranchería, se levantó tan grande y furioso aire y huracán que nos derribaba en el suelo, sin dejarnos andar por lo furibundo del ímpetu con que ventilaba. Los indios que, de ellos nadie había subido con nosotros, al furioso viento que se levantó, empezaron a gritar con alboroto diciendo “Uburiqui cupioca,” en que decían que la casa del aire les habíamos abierto…. Por la mañana, dijeron subieron a cerrar el hoyo los indios, y cesó totalmente el recio huracán, y quedó en día sereno y apacible…” Actualmente, el turista puede ascender el cerrito para encontrar una oquedad que ha sido convertida en capilla religiosa, y desde la cumbre atisbará el valle donde hoy se extiende la ciudad de Tucsón.

El cerrito del volcán en la actualidad, en San Xavier del Bac

Estando en San Javier, la situación se complicó. Dos indígenas enfermaron y la escolta de soldados que les habían prometido no llegó porque había ido a combatir apaches alzados. Así, decidieron que Leal y Gonzalvo regresaran llevando a los enfermos y pasaran por Tubutama, mientras que Kino y Manje realizarían un viaje de adoctrinamiento. Un recorrido a caballo de más de 500 kilómetros en un circuito por el desierto sonorense los llevó hasta Sonoita, a donde llegaron el día 10, de donde regresaron un día después, “…caminando un día y noche sin dormir, si no es que cuatro horas; a 60 leguas andadas,” o sea 240 kilómetros, alcanzaron a Leal en Búsanic, cerca de Tubutama el día 11. De allí todo era conocido: Magdalena, San Ignacio, Remedios y Dolores, a donde llegaron el 18 de noviembre.

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