domingo, 27 de marzo de 2011

Kino y Manje

Asistimos anteriormente en esta serie de artículos a la primera entrada registrada por Kino al actual territorio arizonense. Después de eso dirigiría su atención al, hoy sabemos, Golfo de California.

En diciembre de 1693, acompañado del gran ignorado por nuestra historia, el misionero aragonés, Agustín de Campos, y del Capitán Sebastian Romero, se dirigió hacia el poniente. Llegaron a Caborca, región donde los nativos “en algunas se partes se huían de miedo extrañando las caras nuevas y blancas, que nunca las habían visto,” y más cercano a la costa, desde la cima de un cerro al que llamó El Nazareno, alcanzó a ver la costa californiana más allá del mar. La curiosidad se le había despertado. Regresó a Dolores y de allí fue a San Juan Bautista, ubicado al noroeste de Cumpas, a conferenciar con el Alcalde Mayor de Sonora, Domingo Jironza Petriz de Cruzat, a quien le pidió un asistente lego que sirviera de enlace entre lo religioso y la administración hispana, y que también diera testimonio de los descubrimientos del misionero.

A Jironza le agradó la propuesta y le encomendó a su propio sobrino la tarea; un joven de 23 años de edad, aragonés como él, de nombre Juan Matheo Manje y Cabero. Desde ese momento y por varios años, Manje acompañaría a Kino mientras que el resultado de esos viajes, sus diarios, nos sirven como contraparte a los de nuestro Jesuita.

Leyendo esos diarios y otros documentos contemporáneos, he concluido que Manje, el gran desconocido de la historia pimalteña, constituye la contraparte perfecta al Quijote que fue Kino, aunque de ninguna manera fue un Sancho. Un hecho desconocido hoy es que Manje, también fronterizo al igual que Kino, ya que nació en los límites entre Aragón y Francia, tenía un parentesco cercano con el sabio mexicano, Carlos de Sigüenza y Góngora.

Es muy probable que ese parentesco haya sido factor en la constante negativa de Manje a aceptar la peninsularidad californiana que promovía el Jesuita; también es probable que esa conexión le haya abierto las puertas de la intelectualidad mexicana al joven recién llegado al Nuevo Mundo, aunque tal vez desde Iberia estaba ya familiarizado con obras europeas, ya que en sus textos nos habla de la Monarquía Indiana de Torquemada y de los Naufragios de Cabeza de Vaca, del Año Mexicano de Sigüenza y de la Crónica de Perú de Calancha, de las Cartas de Agreda y de la Historia General de Herrera, del Mundus Subterraneus de Atanasius Kircher y del Arte de los Metales de Barba, etcétera.

Además, al igual que Kino, Manje, hombre de su tiempo, tiene una mente en la que se entrelazan la transición entre lo medieval y el racionalismo. Muestra una concepción del mundo que hoy calificaríamos de moderna: nos habla de la bahía del Hudson y de los grandes lagos, del origen de los volcanes y de Nueva York, de Canadá y de Filipinas; aunque también participa en una interpretación medieval, mágica: cree que Santo Tomás Apóstol vino a América y, asumiendo la figura de Quetzalcóatl, trabajó en el continente en la conversión de los indígenas; así como que los indios americanos descienden de Noé a través del hijo maldito, Cam, de quien procede Misraím y de este último Neptuín quien, según él, pobló el continente americano. Esta idea, por cierto, también sería expresada por Sigüenza y Góngora.

Pero además, Kino no posee el monopolio de la cartografía pimalteña, ya que Manje también elaboró mapas de la región, mapas que desafortunadamente han desaparecido, aunque nos describe su familiaridad con los aparatos astronómicos: “sacamos el astrolabio y demás ynstrumentos con que se pesó el sol, y se isieron, con el cuadrante, otras observaciones, con la estrella polar y punto imaginario del norte…” mientras que en otra parte nos informa: “Mantienese el rio Grande, según las oserbaciones que hizieron los Padres por sus instrumentos, como yo por los míos, en 33 grados de polo boreal…”

En resumen, en Manje encontraría Kino una casi perfecta contraparte para su obra de vida mientras que, para nosotros, Manje constituye el primer ejemplo de esa característica tan pimalteña, tan nuestra, de convivir en la misma persona lo racional y lo mágico, la posmodernidad y el Medievo; es decir, el sonorense posmoderno que también peregrina en octubre a Magdalena.

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